Ya puedes leer la tercera parte de «Érase una vez … en Ventippo» y la historia continúa

ÉRASE UNA VEZ… EN VENTIPPO

El sol apretaba sin piedad, como era costumbre por estas tierras, proyectando sobre las tranquilas aguas, la sombra alargada de los árboles que custodiaban la orilla del río, sirviendo como barrera natural y como cobijo, de esos pájaros que buscaban con qué alimentar a sus crías recién nacidas en este mes primaveral por excelencia.

Y en ese instante de quietud sublime, el agua cristalina se transformó por un momento en círculos concéntricos provocados por la caída de una gota en su superficie, que no provenía de ninguna nube que discutiese al sol su predominio en el cielo azul intenso, sino que era el destino final de una lágrima que bordeando la mejilla de Aurelio, impulsada por la fuerza del corazón que había vencido al cerebro, en su orden tardía a la mano para poder secarla antes que abandonara su rostro, y llegará a mezclarse con el líquido elemento que el río transportaba desde tiempos remotos.

Esa lágrima, mezclada como pasajera anónima, flotaría cerca del pensamiento de Aurelio, de su querida Lucrecia, que seguramente estaría ensimismada en su casa de VENTIPPO, río abajo, mientras que Aurelio, permanecía en la orilla del río a pie de un cerro alto y bello, donde vigilaba a los hombres que arrancaban de sus entrañas, hermosas piedras, que más tarde viajarían por las aguas de ese mismo río en busca de manos artesanas que las convirtieran en bloques de hermosos templos y edificios.

Una vez caída esa lágrima incontrolada, para limpiar su rostro serio, introdujo sus manos en el agua, rompiendo los círculos de ondas que la caída de la lágrima había provocado, y con suavidad y lentitud, llevó agua entre sus manos temblorosas hasta su cara, para confundir sus pesares con el propio río, y prepararse para subir a controlar el trabajo que en las canteras realizaban otros hombres, esclavos de Roma, vigilados por él, esclavo de sus pensamientos.

Alzó la cabeza, con los ojos fijos en la orilla contraria, y mientras intentaba olvidarse de lo inolvidable, se cruzó en su mirada una corteza de árbol, con un trapo dentro, que parecía esconder algo, lo siguió con la mirada, y de pronto vio que el trapo inerte adquiría movimiento por sí sólo. Ese movimiento inesperado, produjo en Aurelio una dilatación de sus ojos y una mayor concentración en la corteza, en su trapo y en el interior del mismo.

Ante el continuado y anárquico movimiento, decidió adentrarse en el río, para alcanzar la corteza antes que se perdiera aguas abajo, y llegó con dificultad, pero al fin pudo asir la corteza y al abrir el trapo, ante sus ojos apareció una cara redondita, pequeña, morena, de nariz chata y orejas minúsculas, de labios rojos, rematada por un pelo suave al tacto y con unos ojos grandes que lo miraban, aunque no lo viese.

Sí, era un bebé, tan bonito como inocente, tan frágil como alegre, tan pequeño como inmenso a la vez. Aurelio, miró desenfrenado a todos lados, como asustado por si alguien advertía de su presencia en mitad del río, su mente aceleró sus pensamientos, y tras una última mirada desafiante hacia el horizonte, cogió al bebé envuelto en el trapo y salió rápido del agua.

Se olvidó de las piedras, de las canteras del cerro, de los esclavos, de todo, y sólo tuvo pensamiento para aquel hijo que no pudo tener y que además se llevó con él la fertilidad de su amada Lucrecia, origen de esa lágrima que posibilitó ver la corteza navegar por el río.

Sin importarle nada, cogió el caballo, y sin mirar atrás cabalgo rápido por el camino empedrado que le llevaría hasta Lucrecia, hasta su hogar hasta VENTIPPO. Por el camino fue pensando tanto, mientras con una sonrisa miraba el rostro de aquel bebé nacido de la unión de una lágrima y un río, pensando que le diría a Lucrecia, pensando que los dioses le daban una nueva oportunidad de ser felices, pensando el nombre que le pondría sí, ya lo tenía decidido, se llamaría Marco Julio, pues como buen soldado lo haría en honor a Marte dios de la guerra, y a Julio César, que recientemente había acogido en su casa cuando llegó a VENTIPPO para descansar, antes de encontrarse en batalla con los hermanos Pompeyo, y que tanto le había impresionado por su sabiduría y poder.

Y absorto en ese pensamiento atravesó las murallas de VENTIPPO, con Marco Julio entre sus brazos de soldado y su pecho de padre, y doblando la vía principal de VENTIPPO, llegó hasta el portal de su casa, donde su mujer la esperaba de pie, como sí hubiese presentido misteriosamente que su esposo llegaría en ese día, en ese momento.

Aurelio detuvo el caballo, bajó de él, miró a Lucrecia y ….

Basilio Carrión Gil (02/06/2014)

un resquicio de esperanza se encendió en sus ojos. Después de todos los años de intentos fallidos para tener un hijo, el destino les brindaba la oportunidad perfecta para ser padres.

Ella se fundió en un largo abrazo con él, teniendo cuidado de no hacer daño al pequeño Marco Julio y, acto seguido, lo cogió entre sus brazos. Ese instante de pura felicidad permanecería en ellos para siempre como preámbulo de una nueva vida aumentando los miembros de su familia.

Una vez en el interior de la vivienda, Aurelio empezó a ordenar sus pensamientos: lo primero sería acondicionar la distribución de la pequeña casa para la llegada del bebé. Por su parte, hablaría con su primo Leónidas para que construyese una cuna mientras que Lucrecia se dispondría a preparar las ropas del pequeño, que sólo contaba con un sucio trapo que lo rodeaba.

Sin embargo, en ese preciso momento, Aurelio cayó en la cuenta de que no sabían nada del origen del niño y que quizás alguien estaba buscándolo. Tan sólo de pensar en eso, un escalofrío atravesó su cuerpo sabiendo que no podría dejar que separasen a Marco Julio de ellos, porque, por fin, eran una familia.

De pronto, sacándolo de su ensoñación, Lucrecia irrumpió en la habitación gritando…

Sandra García (09/06/2014)

…¡Aurelio! ¡Aurelio!, le acabo de ver una pequeña marca en la parte posterior del hombro.  En efecto, se trata de la misma marca que llevan los esclavos propios de las canteras; seguramente sus padres decidieron renunciar a su propio hijo, para que no pasara lo mismo que ellos: trabajar para el enemigo de sol a sol para poder comer cada día.

Al ver la marca, Aurelio, intentó tranquilizar a su esposa y algo después, más calmado y reposado, con una copa de vino en el patio principal de su villa, decorada con enormes mosaicos de formas geométricas, se paró a meditar y recapacitar detenidamente; ¿qué puede hacer a unos padres rechazar y abandonar a su hijo?

La historia se repite…siglos atrás, cuentan las escrituras del mundo antiguo un caso similar: Moisés en Egipto…

José Luis Osuna Gómez (16/06/2014)

Cada lunes se publicará en la web del romanorum una continuación del cuento, que será seleccionada de entre las propuestas remitidas por vosotros y que deberán entregarse via e-mail a cualquiera de estas dos direcciones de correo (antoniogarcia@casariche.es ó mcarmenbastos@casariche.es), antes de las 14:00 horas del jueves siguiente a la publicación de cada nuevo capítulo. Por tanto, tienes hasta el jueves 19 para remitirnos tu propuesta de esta semana.

Compartir: